ZIta, la señora doctora | Cultura Saludable

ZIta, la señora doctora

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Foto(s): Cortesía
Ana Lilia Pacheco

Zita cursaba apenas el tercer año de la universidad cuando el peluquero del barrio en el que se ubicaba la Cruz Roja, donde ella hacía sus prácticas, le dijo: “Señora doctora, inyécteme, por favor”. En ese momento se dio cuenta de que las personas ya veían en ella a una profesionista de la medicina capaz de ayudar a más personas.

“Cuando escuché eso pensé: ‘yo no soy señora y menos doctora’, o eso era lo que creía”, comparte.

Zita Hernández Mejía recuerda que su mamá, María Elena Mejía, quien era profesora, la animó a estudiar la carrera de medicina para que tuviera una mejor calidad de vida que la que tenían, por lo que decidió, al igual que su hermano, dedicarse a la salud.

Aunque su primera opción de especialidad era en cirugía general, el conocimiento y experiencia de sus profesores la hizo decidirse por la oftalmología, con la que se ha encariñado por más de 30 años de servicio.

Trabajo con honor

La oftalmóloga relata que todos los días sus profesores le recalcaban -a ella y sus compañeros- que debía trabajar con honor, bondad, cariño, benevolencia y de buena fe. Que sería testigo de cosas que no le gustarían, pero debía responder.

Recuerda que fue en la Cruz Roja donde atendió a sus primeros pacientes. Ahí aplicó su primera inyección y lo hizo a un plomero, y le curó la tos a un zapatero, todo con la ayuda de su hermano mayor.

Su primera paga fue de 5 pesos, recuerda, y confiesa que en muchas ocasiones, los pacientes la “agarraron en curva” por su juventud, pues no se sentía segura de sus conocimientos.

La especialista señala que el día que finalizó la carrera pensó en que ya había terminado lo difícil. Error, apenas comenzaba lo más duro, pues durante mucho tiempo estuvo bajo tutelaje, pero ya le tocaba trabajar sola.

También lloramos

Zita Hernández relata que aunque varios familiares de pacientes le dijeron que ella no sentía tristeza o lástima, la realidad era otra: “Nos dicen que nosotros no sentimos, que no lloramos, pero al principio era normal llorar cuando un paciente se ponía mal”, confiesa.

Durante sus años trabajando en el hospital del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) vio un caso muy difícil en el que aunque estuvieran cuidando al paciente y tratándolo, no sabían qué más hacerle para que mejorara.

“Fue un caso que duró dos meses. Nos deprimimos, pero no dejábamos de ayudar al paciente. No dormíamos de pensar qué pasaría con él, pero ya tenía el óptico muerto”, explica.

Menciona que también le tocó ver a bebés que nacían sin ojos u otras deficiencias, lo cual también la hacía sentir mal.

Todo cambia

Con la modernización de la medicina y de algunos tratamientos, la práctica cambia constantemente, tal como lo comparte la “señora doctora”, quien recuerda que cuando comenzó a trabajar debía cambiar aparatos cada dos años.

Relata que anteriormente las personas que tenían glaucoma era muy probable que quedaran ciegos, pero ahora este mal puede tratarse y revertirse, para que el paciente tenga una mejor calidad de vida.

La especialista señala que le ha tocado estar entre la espada y la pared, pues ha tenido pacientes que aunque se les advierte que ya no verán, le solicitan la cirugía a pesar del diagnóstico y en ocasiones son satisfactorias, pero otras no.

Aunque Zita Hernández ya se jubiló del hospital ISSSTE y de la preparatoria de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), donde dio clases por muchos años, aún continúa dando consultas privadas, pues asegura que es algo que le apasiona mucho, pero admite que habrá un día en el que también deba retirarse.