¿Te ha tocado tratar con personas que invierten sonidos o confunden palabras? Tú mismo, ¿no entiendes lo que lees? ¿Te cuesta trabajar recordar números o letras? Puedes tener dislexia.
En México, esta condición está presente en el 4 por ciento de adultos y entre el 3 y 10 por ciento de menores. Afecta más a hombres que a mujeres y, de acuerdo con estimaciones, 1 de cada 5 personas en el mundo la padece.
Para Graciela Montes Ruiz, neuropsicóloga por la Universidad Mondragón, es crucial que la dislexia sea detectada y tratada a una edad temprana, ya que el cerebro alcanza su formación máxima en los primeros años de vida.
“Es cuando tenemos la posibilidad de potenciar las habilidades, permitir la adaptación del sistema nervioso y que se establezcan nuevas conexiones nerviosas”, señala Montes.
La falta de atención hacia los chicos con dislexia podría causar la percepción de que no van al ritmo de sus compañeros, lo que podría causar baja autoestima y ansiedad.
“Podemos observar un bajo rendimiento escolar o laboral, y una personalidad introvertida”, dice. “Hay una estigmatización social que se manifiesta a través de burlas y descalificaciones por parte de sus compañeros de trabajo o escuela”.
La neuropsicóloga enfatiza que la dislexia no significa que las personas que la padecen no sean inteligentes, ni tampoco representa una discapacidad intelectual, visual o auditiva, ni involucra daños neurológicos o motores.
Por su parte, Vargas, licenciada en psicología por la UANL, coincide en que no hay ningún rezago cognitivo en quienes padecen dislexia, sino que las complicaciones se originan cuando el trastorno no está diagnosticado o se encuentra mal tratado.
“Son personas que pueden ser autosuficientes e independientes, tener excelentes habilidades sociales y poseer inteligencia emocional”, añade.
Las psicólogas opinan que la sociedad debe tener empatía hacia quienes presentan esta condición, sobre todo porque aún hay mucha desinformación respecto al tema.
“Estamos en un sistema donde no nos detenemos a observar lo que les pasa a nuestros alumnos y a nuestros hijos”, menciona la neuropsicóloga.
“Hay que escucharlos, observar su conducta y detenernos a preguntarles qué es lo que pasa, para atender la problemática”. (Agencia Reforma)
